Este lugar no me da buena espina, primos. Me conocéis. Sabéis que no soy un pyon confundido e ingenuo con la cabeza lo bastante hueca como para que se la llenen de fantasmas y espíritus. Pero pasar una noche entre las rocas sobre la grieta de Hagga oyendo esos ruidos... El nombre que tenía antes este lugar podía traducirse como «montañas de los duendes». Y sí, ya sé que tiene que ser por cómo suena el viento al pasar entre las rocas desde la Muralla Escudo. Lo sé cuando es de día. Cuando llega la noche, oigo ese extraño lamento, susurros de cadencia malévola.

Sea como fuere, los Harkonnen buscan esclavos desesperadamente. La casa Halil ha respondido a la llamada. La Guerra de Asesinos ha dejado Jabal Eifrit sin vasallos. El emperador ha prohibido los enfrentamientos en esta zona, cierto, pero los asentamientos siguen pareciendo pueblos fantasma. Tal y como habíais aventurado, primos. Los refugiados, los saqueadores y los bandidos que se han establecido aquí son un buen botín que capturar y vender.

Dentro de poco, terminaré mi reconocimiento. No me gustaría tener que pasar otra noche en este lugar. El lamento. Los susurros.

Y ahora he llegado a la Mano de Khidr, al menos en mis pensamientos. No he visitado el lugar en persona. Los esclavistas de la casa Halil han profanado la zona convirtiendo una estación de especia abandonada en una base de operaciones para sus secuestros de esclavos en Jabal Eifrit.

La tradición Zensunni afirmaba que Khidr era un profeta, un santo o un ángel que ayudaba a los necesitados. Es normal que los peregrinos de antaño se imaginasen una mano amiga alzándose de entre las rocas, un bálsamo para la tristeza y un refugio contra los elementos.

Más importante aún, y también la razón por la que debo visitar ese lugar, es que creo que la Mano de Khidr tiene algún tipo de significado en lo relativo a la transición de la cultura Zensunni a la fremen. Es posible que el valor sociológico de un lugar así llegue a enseñarnos muchas cosas. Mi padre me prohíbe ir a ese lugar, pero...