Mira, no entiendes lo importante que es mi trabajo. ¿Te crees que los Harkonnen recolectan especia suficiente para saciar al resto del universo? ¿Te crees que son capaces? No, son unos cerdos codiciosos, como todo el mundo. La especia está en todas partes y todos la necesitan. La especia mueve el mundo, es la moneda del universo, la moneda del Imperio. Y pienso hacerme rico como Creso llevándosela de matute a quienes no pueden conseguirla de otra forma.

Hoy tuvimos otra explosión de especia. Es como si Arrakis hubiera decidido compensarnos por lo incómodo de las condiciones de vida dándonos justo aquello por lo que hemos venido. Hay algo hipnotizador en la forma en que se elevan esas enormes nubes moradas, en su olor y en su sonido. Los fremen decían que las explosiones de especia anunciaban el nacimiento de un gusano. Por suerte, esa gente primitiva y supersticiosa ya no está. Tan solo queda especia, maquinaria y hombres dispuestos a emplear esta para extraer aquella.

Todos se rieron como idiotas de los siniestros cánticos que surgían del destilador de muertos que perdía agua, y del cielo violáceo, y luego de mi amigo el gusano que me contaba cosas terribles e imposibles de comprender.

«Es por efecto de la especia», me dijeron como si se tratase de un sueño delirante provocado por la droga. ¡Pues era un sueño! Pero algo lo había infectado. Un propósito, algo más grande que yo, algo que se extiende. Voces de otro lugar y otro tiempo.

Es imposible que lo entiendan. Son cortos de mente. Son como la carne que venden. Son como animales.